Algunos fragmentos de la ponencia «Els béns comunals al Pallars Sobirà en el seu context històric» del historiador Josep Maria Bringué i Portella, hecha en el seminario «Què en farem dels béns comunals?» que tuvo lugar en Sort en mayo de 2002. Quedó recogida en el libro «Els béns comunals i la gestió del territori al Pirineu català» (2003).
Cuando hablamos de lo que se llaman bienes comunales actuales (pastos, bosques, pistas de esquí…) son los escombros de un modelo de usos tradicionales que abrazaba muchos más aspectos y que se articulaba en un sistema de derechos y solidaridades colectivas bastante trabado y con una lógica interna.
Este sistema, en cuanto se refiere al Pallars, se apoyaba en tres pilares básicos.
Primero, en una organización política propia, potente, libre y autónoma de las comunidades; el poder señorial existente tenía, ciertamente, una intervención limitada y estaba controlado, en casi todos sus aspectos, por las instituciones comunales.
En segundo lugar, las comunidades tenían en sus manos el control, la organización y toda la gestión de un conjunto de servicios públicos y, por tanto, estos no eran monopolios señoriales. Así tasaban anualmente los precios de los alimentos básicos; se encargaban del abastecimiento de ciertos productos escasos como el vino (taberna) o el aceite, el bacalao y el congrio (la tienda), o más abundantes, como la sal y la carne (carnicería); disponían, también, de una variada indústria de transformación (molinos, hornos, panaderías, molines, etc.); ofrecían servicios relacionados con la salud (médicos, cirujanos o barberos) o la cultura (la enseñanza, el órgano, etc.). El objetivo era la protección de la comunidad, un pueblo o un valle, ante todas las necesidades que se consideraban básicas, (…)
Por último, el tercer pilar abrazaba todo lo que se relacionaba con el dominio y la explotación de la tierra, ya fuese la tierra de cultivo particular de las casas, ya fuera la montaña, es decir, terreno cultivado o no, el ager y la silva. Es el elemento más conocido porque, en formas imperfectas, ha durado hasta hoy. Tenía como objetivo llevar a cabo una explotación común para garantizar una igualdad de acceso, al menos teórica, a los recursos naturales (pastos, madera, leña, sal, hierro, piedras, losas, etc.) y, con las ventas y los arrendamientos de las montañas (y de los servicios), la obtención de una riqueza, cuyo beneficio era de apropiación común y no individual o privada.
(…) La implantación del municipio liberal, unida a la lenta, pero progresiva, introducción del modelo centralista de Estado, tocó de lleno la línea de flotación del antiguo modelo comunal.
Por un lado, el nuevo ayuntamiento intensificó la separación, ahora definitiva, entre las instituciones del pueblo (el ayuntamiento de alcalde y regidores) y la comunidad de vecinos, de manera que estos últimos iran perdiendo el control y la capacidad de decisión sobre los bienes comunales.
Por otro lado, los nuevos sistemas impositivos profundizarán las desigualdades sociales locales. (…)
La desamortización de Madoz no afectó solamente a las montañas y los bosques. Los historiadores demasiadas veces hemos olvidado la puesta en venta de todos los bienes de los pueblos que generaban renta (…), es decir, además de las montañas, las casas, los hostales, las tabernas, las tiendas, los hornos, las panaderías, las carnicerías, etc. (…)
En mi opinión, fue un ataque frontal a la cohesión interna; un impacto que debió ser brutal. Pero, también, aquí se generaron resistencias, tampoco investigadas.
Josep Maria Bringué i Portella
Fuente: https://reconstruirelcomunal.suportmutu.org/historia-comunals-pallars-sobira