Las cabras, es cierto, pueden dañar ciertos árboles, en especial los frutales que son árboles domesticados y por lo tanto más delicados; pero, paradójicamente, vigilando la carga ganadera como la vigilaban los antiguos concejos abiertos, protegen el bosque como nadie puede hacerlo. Los rebaños de cabras, bien guiados, protegen y han protegido nuestros bosques.
Quien ha mimado nuestros bosques han sido los aldeanos y aldeanas que en concejo abierto hacían cumplir unas normativas que ellos mismos habían acordado y decidido imponer. En su mayor parte estas normativas concejiles estaban orientadas a la sustentabilidad. Encargados por los concejos abiertos los llamados “caballeros de la sierra” vigilaban que no hubiera violación de las normas consensuadas.
Quien comienza la destrucción masiva de nuestros bosques es el Estado: primero el Estado romano y su descendiente el Imperio Visigodo y más tarde el Califato. A partir del siglo XIV, después de estar casi desaparecido y ultradebilitado, el Estado vuelve a aparecer con fuerza y comienza de nuevo la tala masiva. El Imperio de la Corona de Castilla necesitará millones de árboles para sus barcos y para la forja de sus cañones y armamento. El carbón vegetal para fundir y forjar armas y los astilleros serán un cataclismo para nuestros bosques. Dará comienzo la paulatina cerealización y roturación de bosques. Con la llegada del Estado liberal vendrá la catástrofe más grande jamás sufrida por nuestros bosques: la desamortización de Madoz, la construcción del ferrocarril y la urbanización concentracionaria. El Estado, con la Ley Madoz en la mano, robará a los concejos abiertos (no sin una resistencia épica) casi dos decenas de millones de hectáreas comunales que pondrá en venta, listas para deforestar, y así se hará. Territorios enteros como Albacete quedarán pelados. Pronto llegará la cerealización masiva, los monocultivos de plantaciones forestales hiperinflamables y el semidesierto será mayoritario. La actual erosión, la contaminación y la deforestación tienen un responsable: la voluntad de poder del Estado.
El Estado, sabedor de esta realidad, intentará por todos los medios echar el muerto a la ruralidad. Intentará achacar, imputar la culpa, al pueblo de todos sus desafueros. Universidades enteras, medios de comunicación, escuelas, televisiones, radios, documentales… bombardearán día y noche, durante décadas, para convencernos de que el pueblo es el culpable de todos los males. El pueblo quemaba los bosques, los hombres del pueblo pegaban y violaban a sus mujeres, el pueblo lapidaba a los homosexuales, el pueblo era servil y se arrastraba ante curas, nobles y ricachos, el pueblo son demasiados y se reproducen sin medida…
Y al igual que Roma, nuestro Estado contemporáneo arrojará sobre la historia de nuestro mundo rural popular la damnatio memorae, la condena de la memoria. Borrar todo rastro e impedir recordar nada de lo que fue su más feroz enemigo: la ruralidad ibérica popular.
Frente al Estado ecocida levantamos el estandarte de la cabra. Símbolo de inteligencia, independencia y libertad. La cabra tira al monte, igual que han tirado tantos resistentes al Estado en nuestra península ibérica, en Canarias y en Baleares. La carne y, sobre todo la leche de las cabras, han sido un arma poderosísima para resistir al Estado. La leche sacada del bosque permitía a los rurales alimentarse íntegramente y no es por casualidad que el Estado haya perseguido con semejante saña a las cabras y cabreros.
1/ Las cabras sanean, clarean y hacen transitable con sendas el bosque. Al clarear reducen la competencia por la luz de unos árboles con otros. Al germinar muchas semillas juntas, los brinzales no se dejan prosperar unos a otros por la falta de luz, espacio y suelo y crecen esmirriados. Las cabras realizan algo parecido al repique que se realiza con las zanahorias u otras verduras en el huerto para que éstas salgan sabrosas, robustas, grandes y hermosas; pues lo mismo hacen las cabras con los árboles y arbustos. Y si se ha de proteger determinados árboles del ramoneo se protegen sin dramas con diferentes técnicas, el mundo rural tradicional tenía decenas de ellas.
2/ Las cabras fertilizan el bosque como nadie. Miles de toneladas de estiércol ayudan a los árboles, arbustos y hierbas a crecer más y mejor. Un estiércol único que es llevado hasta los sitios más recónditos, elevados y pobres en suelo, como las peñas, donde las cabras son las únicas capaces de producir humus y evitar la mineralización y la erosión que el viento, la lluvia y el sol producen de forma natural en las cumbres de los montes.
3/ Las cabras robustecen el bosque al podar las ramas bajas. Este ramoneo ayuda a los árboles a concentrar sus energías en las ramas más altas, en la reproducción y en la consecución de las semillas, de los frutos (exactamente igual que le sucede a los frutales domesticados). Por lo tanto fomentan la producción de bellotas, castañas, nueces, avellanas, hayucos y todo tipo de frutos del bosque…, además al comerse los frutos evitan que se acidifique el suelo alrededor del pie del árbol debido a la acumulación y pudrición de éstos. A mayor producción de frutos del bosque mejor de grasas entra, por ejemplo, el oso en su hibernación invernal; igual que todo tipo de animales que afrontan el invierno con más probabilidad de éxito reproductivo. Si las cabras hacen que los árboles den más fruto podemos afirmar que, por ejemplo, los osos crían mejor gracias a las cabras.
3/ La saliva de las cabras tiene una composición química única que fomenta el rebrote; además, su pelaje y su estómago, junto con su naturaleza extremadamente andarina, las convierte en grandes difusoras de semillas; sin olvidar que el pisoteo siembra bellotas, castañas y demás semillas.
4/ Igual que los frutos del bosque, los cadáveres de las cabras viejas resultan ser una carroña fundamental para que prosperen los lobos, los osos, los buitres, alimoches, quebrantahuesos, jabalíes, tejones, córvidos…(en especial cuando hay que acumular grasas para prepararse para el invierno o para recuperarse de éste; y cuando hay que amamantar o llevar comida a las crías). Los rebaños de cabras silvopastoreadas y la carroña de sus muertas por viejas son fundamentales para que los grandes carnívoros y carroñeros, y sus proles, florezcan y no se extingan. Podemos afirmar, por lo tanto, que las cabras protegen a la fauna silvestre y la ayudan en su supervivencia. Un ejemplo insigne es el de El Libro rojo de las aves de España donde se explica cómo el quebrantahuesos es una “especie en peligro de extinción” debido sobre todo a “el abandono de los usos ganaderos tradicionales” y a “la drástica reducción de la ganadería de montaña que está provocando reducciones considerables de las poblaciones silvestres de aves carroñeras.”. Como medida de conservación de esta especie se recomienda “favorecer la continuación de las prácticas de ganadería tradicional (fuente de alimento habitual en el pasado que cada día se va haciendo más escasa)”. Una pareja de quebrantahuesos necesita aproximádamente 341 kg. de huesos anuales. El Estado, para más inri, persigue sin tregua a los pastores y cabreros, y les prohíbe abandonar los cadáveres en el monte de sus muertas por viejas o por enfermedad.
5/ Las cabras, al clarear el bosque, producen lo que se llama la «paradoja del pastoreo», esto es, hacen aumentar la productividad del bosque al fomentar las plantas más palatables para los herbívoros de todo tipo, con lo que permite al bosque aumentar su capacidad de albergar una carga mayor de ciervos, corzos, rebecos, conejos, liebres… Las cabras ayudan a que haya más fauna silvestre. Es conocido que desde el siglo X al XVII el silvopastoreo concejil/comunal fue masivo en los montes comunales de nuestra península y que la fauna silvestre era, a su vez, masiva. Ambas eran compatibles y se beneficiaban mutuamente. La caza frenética de las élites nobiliarias funcionarias del Estado, la Desamortización de Madoz ultradeforestadora y las Juntas de Extinción de alimañas del franquismo han sido las principales causas de extinción de la fauna silvestre; y no, como nos quieren hacer creer los que de esto no entienden, el silvopastoreo.
6/ Los excrementos de las cabras en el bosque generan suelo, humus, que mezclado con el mulch (hojarasca, mantillo) sirve de alimento a los árboles, arbustos y plantas de todo tipo. Que las cabras creen suelo significa que hacen aumentar la capacidad de éste de almacenar agua, lo que disminuye, entre otras muchas cosas, el estrés hídrico al que se ven sometidos los bosques en el estío. Que las cabras creen suelo esponjoso y absorbente hace que la violencia de las escorrentías potencialmente erosionadoras sean menos dañinas, además de que protege la pervivencia de las fuentes de agua. Los pequeños arbolitos tienen el sistema radicular muy pequeño y no pueden alcanzar la humedad que hay en la profundidad del suelo por lo que necesitan un buen suelo rico en humus. No se ha de olvidar que a mayor humedad, gracias a la producción de humus, mayor diversidad de bichos y anfibios (las culebras son importantes para, por ejemplo, las águilas culebreras). Las ranas, lagartijas y serpientes alimentan a muchos mamíferos como el zorro o la gineta. Digámoslo claramente, las cabras ayudan a frenar el desierto y ayudan a que la regeneración del bosque se lleve a cabo.
Circulan los estudios sobre el origen del Sáhara. El Sáhara era un enorme vergel pero una vez que la inclinación de la tierra cambió y el anticiclón de altas presiones antinubes cayera justo encima del trópico de cáncer, es decir, del actual desierto del Sahara, la vida casi desapareció. Pero resulta que se ha descubierto que gracias al pastoreo se mantuvo verde 600 años más a pesar del cambio de situación con la llegada del anticiclón. El pastoreo mantuvo el suelo fértil contra viento y marea hasta donde pudo durante siglos, hasta un límite en el que el desierto ganó.
7/ Los excrementos de las cabras también son comida para una cantidad enorme de tipos de coprófagos, lombrices, descomponedores y hongos. Y éstos, éstas y aquellos son alimento para otros tantos seres vivos.
8/ Las cabras reducen radicalmente la probabilidad de incendios catastróficos que no sólo matan a la flora sino que exterminan a la fauna. Ayudan sobre todo a que los incendios no se conviertan en tormentas de fuego, auténticos cúmulos nimbo de fuego. Los bomberos con todo su equipo puesto sólo pueden aguantar la exposición a incendios de 10.000 kw/m. Los actuales incendios de los bosques “protegidos” por el Estado en el se ha prohibido de facto toda actividad pastoril o humana suelen alcanzar los 90.000 kw/m. Cargados como están de material inflamable los incendios se hacen absolutamente incontrolables, y no solo calcina la posible vida que pudo llegar a rebrotar sino que muchas personas se juegan la vida tratando de controlar estos incendios, que pudieron ser evitados con libertad. Libertad para que los cabreros y sus cabras ramoneen, floreen, careen y pastoreen.
9/ Las cabras, al tener cuatro estómagos y un rumen sin igual, son capaces de digerir gran diversidad de plantas; lo que las permite proporcionar a los seres humanos una leche de gran calidad rica en oligoelementos únicos, aceites y grasas únicas también, además de micronutrientes especiales que sólo pueden ser extraídos del bosque. Por ejemplo, las hojas de un roble contienen micronutrientes que sólo las fuertes y profundas raíces del roble son capaces de bombear desde las profundidades de la tierra hasta sus hojas. Micronutrientes que se pasan a la leche de estas magníficas protectoras del bosque. Micronutrientes que pasan a los humanos cuando beben la leche de las cabras silvopastoreadas.
10/ El silvopastoreo que los humanos hicieron y pueden seguir haciendo con las cabras, permite vigilar las cargas adecuadas sostenibles y resulta ser una simbiosis mutualista de gran importancia y trascendencia. El humano (el pastor/a o los vecinos del concejo) y el bosque cuidan a las cabras en invierno. El humano las cuida con la cuadra y con el heno cortado, secado y guardado en primavera/verano. El bosque las cuida a su vez, subiendo hasta 3 grados la temperatura en su interior en lo más crudo del invierno, y proporcionando comida y protección frente al viento, además de provocando que la nieve se derrita antes y quede en las ramas y no en el suelo. El humano domestica perros mastines que protegen a las cabras, en especial a finales del otoño y principios de la primavera, que es cuando las necesidades vitales de almacenamiento de grasas que tienen lobos y osos son más acuciantes para afrontar con éxito el duro invierno. El bosque también protege en verano a las cabras con su sombra de la severidad del sol y las hace estar mejor, más gorditas y más fértiles. Además de proporcionar protección contra las moscas, que pueden llegar a ser un problema grave.
El humano controla la reproducción de las cabras para que estas no superen un número tal que las haga destruir su hábitat y volverse insostenibles, al igual que los lobos hacen con los ciervos, por ejemplo. El humano las proporciona cuidados sanitarios y aportes minerales básicos cuando no hay o escasean (como la sal), y éstas, le dan leche y carne a cambio. El bosque abastece de pienso natural a las cabras con sus leguminosas (aliagas, aliaguetas finas, cornicabras…) con sus frutos (moras, frutos negros del cornejo y del aligustre, bellotas, castañas, nueces, manzanetas, avellanas, hayucos, cerezas de pastor de los majuelos, endrinos…) y con su enorme diversidad de hierbas y hojas ultranutritivas. Esto hace que no se necesite deforestar extensiones enormes para los monocultivos de maíz, soja, trigo… como sí que necesitan la hiper-inmoral ganadería intensiva industrial que está asolando nuestro planeta.
El Pirineo se llamaba antes Ahuntzamendia, esto es, las montañas de las cabras. Pero hoy, gracias al Estado, está casi vacío de ellas. Para combatir a la monstruosidad de la ganadería intensiva industrial de confinamiento permanente que está destruyendo el planeta y desertificando con sus necesidades de piensos nuestra península ibérica reivindicamos el silvopastoralismo como alternativa viable, ética y sostenible de nuestra posible y futura soberanía alimentaria y política.
Afri Bueno y Kiko Bardají, Aragüés del Puerto