Así se titula el texto del discurso de recepción por el ingreso de Miguel Delibes en la Real Academia de la Lengua en 1975. Tras casi medio siglo, me sorprende que su alarmante título y contenido haya sido ignorado por la mayoría. En especial debido a que Delibes es probablemente el mejor novelista en castellano del siglo XX.
Sin embargo, no se va a realizar una apología simplista de su actuar ni argumentario. Miguel Delibes Setién compartió jornadas de caza con el rey emérito Juan Carlos I. Disfrutó de multitud de alabanzas y premios por parte de las principales instituciones culturales estatales. Además, el vallisoletano apoyó al Club de Roma y su Manifiesto, precursores del ecologismo estatal, el ecofemisnismo, el ambientalismo y el neomaltusianismo antinatalista que sufrimos.
Pero si dejamos esto a un lado, encontramos en sus palabras verdades obvias. Es más, nos transmite lo que hoy prácticamente nadie dice, aún cuando la realidad actual es mucho más dramática que hace 45 años.
El vallisoletano expone la gravedad de la destrucción de la naturaleza a través de inquietantes ejemplos, así como algunas de las repercusiones para la salud humana. En este sentido, como en tantos otros, el sujeto medio apenas se atreve a asimilar la gravísima situación ecológica en la que nos hallamos. Incluso llega a advertir del peligro de la manipulación biológica por parte de los ejércitos, ahora hecho realidad con la “plandemia” del coronavirus.
Otro gran acierto es su crítica a la idea de progreso. Sobre todo a la que antepone el crecimiento económico, la urbanización, el consumo, la explotación de recursos, la voluntad de poder, la búsqueda de satisfacciones materiales, etc. a la naturaleza y lo humano. A modo de apunte: esos disvalores progresistas son compartidos por todos los partidos políticos españoles, desde la extrema izquierda a la extrema derecha.
De hecho Delibes critica la negatividad de la dominación política, lo mismo que la destructividad del trabajo fabril y asalariado modernos. Advierte que la forma de vida moderna está fulminando la esencia concreta humana. Más aún, nos explica que se está extinguiendo la espiritualidad, así como los bienes trascendentes y culturales que constituyen a las personas como seres sociales y al sujeto en sí. Esto es, una extinción de los valores morales más básicos. La sobreopresión está laminando la individualidad.
Asimismo, a diferencia del ecofascismo misántropo, el de Valladolid apoya la sana relación entre el ser humano y la naturaleza. Una simbiosis que genera verdadera cultura. Por tanto, se opone a los conservacionistas, al antiespecismo y al rewilding; todos ellos destructores del mundo rural y el natural a sueldo de las élites militares, políticas y económicas.
Si bien su análisis muere en la orilla. En parte su carácter elitista y clasista le impide ir más allá en la crítica. Acaba responsabilizando de todos los males al Progreso; a un progreso abstracto. Aunque, en última instancia culpa al hombre en abstracto, el cual, según él, se ha dejado cegar por las ideas de progreso, conquista, desarrollo tecnológico, abundancia, bienestar, etc.
Por esta razón no encuentra propuestas ni soluciones a los problemas que plantea. Como en sus obras, la resignación es la respuesta; irse a un rincón a morir.
No obstante, se podría haber preocupado del problema central: la dicotomía pueblo-estado. Elude mencionar al estado como conjunto de élites encargadas de destruir lo humano y lo natural en pos del poder y dominación. Tampoco al pueblo como defensor del mundo rural y natural, el cual en la península ibérica combatió sin tregua desde los Bagaudas hasta el franquismo. Se olvida del concejo y del comunal, las dos instituciones populares principales que resistieron desde el mundo rural las embestidas del Estado para expoliar y aniquilar la naturaleza.
Un mundo que agoniza, igual que Delibes, contiene luces y sombras. Mas lo esencial es reconocer la crítica coyuntura histórica que vivimos. Una acumulación tal de desastres, que la única vía hacia una “posible” recuperación es a través de una transformación integral del mundo.
José F. E. Maenza
Colectivo Amor y falcata